viernes, 6 de abril de 2012

La desazón política en Teresa de la Parra

Conocida como Fru Fru, Ana Teresa Parra Sanojo (París, 1889; Madrid, 1936), pisó tierras venezolanas en 1902. 22 años después obtuvo un premio en París por la publicación de Ifigenia, una novela escrita a manera de diario que plantea tanto el drama de una mujer que no puede expresar sus ideas como algunos cuadros costumbristas que ilustran la Caracas de entonces. A continuación una reflexión sobre las referencias al gomecismo en la obra de la escritora venezolana

De Ifigenia, novela de Teresa de la Parra, se ha dicho, desde su publicación en 1924, que es, ante todo, una confesión muy femenina. «Libro mujer: atractivo, oscuro, turbador», apunta Arturo Úslar Pietri en ensayo firmado en 1948. Pero, a nuestro modo de ver, Ifigenia es ficción dual, donde el lector, si así lo desea, puede embelesarse, en primer término, con la acicalada gracia de una trama femenina. Pero la historia de la joven caraqueña que luego de una larga estadía de estudios en Europa regresa a su terruño, no es accidente en el camino para que, también, podamos leer dentro de las páginas encantadoras de esa primera novela que han leído Arturo Úslar Pietri y otros ilustres intelectuales, otra segunda novela de atroz melancolía, situada al fondo de los imaginativos ardides o ingeniosos escondites narrativos que usa la escritora para testimoniar y denunciar en torno a la sociedad venezolana bajo las garras del gomecismo. Más que un gobierno, el gomecismo algo así como un animal enorme, colosal que se alimentó, largamente, del demudado silencio de los otros.

En la astucia nativa, impar de la narradora, la denuncia es un paradójico susurro, un beso de la muerte estampado con el más fino lápiz labial de marca francesa del momento. El lápiz labial de la protagonista, la joven Alonso y el profesional de la escritora son iguales y distintos, rotundos, sesgados e intercambiables. Lápiz de dos cabezas para páginas escritas a pleno sol respecto a muchos episodios graciosos en la vida de la heroína. Y otras pergeñadas a la sombra de una fina ambigüedad en rededor de gente que se puede considerar afecta al régimen gomecista. En fin, escritura dispuesta con abierta jovialidad en Ifigenia, y no hay contradicción en ello, cuando puertas adentro y en confianza, la joven Alonso hace algo así como el inventario casi impaciente o cantarino, de acuerdo a estados de ánimo variadísimos, de la casa de la abuela con ésta en el sillón de mimbre haciendo un interminable, pero perfecto calado para un mantel de granité.

Para seguir con el inventario de los dos corredores, del primer patio, del otro de los naranjos frente a la habitación, donde la protagonista se encierra a escribir o a leer novelas, pero bajo llave como una esposa de Barba Azul. Sin ahorrar detalles que son gemas donde brilla el fervor por la vida, el salón con el sofá de damasco para las visitas de postín o ese otro saloncito estratégico donde la joven Alonso se entera, oculta detrás de la prudente maleza de una cortina, que algún autoritario y mal intencionado familiar quiere disponer de su destino como si ella fuera carne matrimonial de ocasión. Y esa escritura nada difuminada, pero donde el país se percibe como un intriga lejana, enigmática y el gomecismo es la esperanza de una primera modernidad para compatriotas que, sin mirar a quien, descubren en las proximidades del poder facilidades, negocios de la riqueza petrolera.

Sarcasmo a medias

Nuestro conspicuo escritor Úslar Pietri, mira: «...la larga y divagante confidencia de un alma profundamente femenina. Ve, habla, describe y piensa, como nunca podía hacerlo un hombre». En fin, la compacta novela escrita por una señorita. Al referirse a la autora ha expresado: «Era una señorita: ese ser monstruosamente delicado y complejo. Esa flor del barroco». Al contrario, en el subtítulo de la novela, «Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba», y que da ocasión a la anterior aseveración de Úslar Pietri, vemos tan sólo una coartada formal de la escritora frente al terrible estado de cosas acerca de las que atestigua. Y es que para nosotros, Teresa de la Parra, al unísono, escribe dos novelas, gemela una de la otra o de gemelo destino, pero completamente discernibles.

Referirse en Ifigenia a una ficción «profundamente femenina», única, no supuesta al despedazamiento de la interpretación diversa, es ignorar la vasta novela política que se mueve, a la par, eficaz, sigilosa pero muy crítica, en torno a un acre momento nacional. Sin que la joven Alonso, la de la novela femenina por antonomasia, tenga que renunciar por ello a su sedoso guardarropa parisino. El vaivén argumental de algunos de los personajes, renovados por los chismes políticos que se oyen como desde un oído brumoso, conforman en Ifigenia una novela menos parcial. Sin dejar de advertir que el gracioso soliloquio de la protagonista es pieza variable y compleja. Excede o va más allá de la suerte de la heroína.

La autora, por precaución, estilo o ambas cosas, envuelve el irónico testimonio político sobre el gomecismo en el risueño y envolvente papel celofán de una historia de amor. Desahogo verbal, también, de una muchacha ilustrada, simulacro narrativo que encubre con bastante gracia la verdadera trama de fondo, el sarcasmo final de unos seres desencantados de sí mismos y sin atreverse a decir que, asimismo, desencantados del país porque sería echar por la borda muchos intereses en juego. En todo caso novela rosa algo compleja con una protagonista que, en demasiadas páginas, clama por la sed de libertad y una vocación primorosa para su inteligencia. Al final del libro, la joven Alonso al traicionar la alegría de sus sueños (no hará su vida con el hombre que ama sino con otro bastante desagradable y de talante espeso), parece inmolarse en aras del qué dirán y del cálculo social. Añagazas menores de Teresa de la Parra para que la secuela de humillaciones que deja el terror del régimen en los otros personajes estalle en su prosa de muchacha educada, tan solo, como un chisme furtivo y algo remoto. Y razón para que nuestro gran ensayista Mariano Picón Salas comentara en torno a «la adolescente malicia» de la autora y Úslar Pietri asegure que la escritora «se fastidia y murmura. Teje su propia vida, los rostros que la rodean y la circunstancia en un fino tapiz de maledicencia. Este ha sido siempre un gran arte de la criolla». La murmuración, cotilleo de un decir subalterno, desgaste pasajero y viperino. Desde luego pensamos que Teresa de la Parra hace algo más serio y profundo que murmurar. O, en todo caso, su crítica penetrante de la sociedad gomecista toma algunas lentejuelas de un traje de fiesta de la protagonista de su novela, María Eugenia Alonso y, por momentos, esa crítica semeja, disfrazarse, evanescente, de pequeña malicia femenina.

En Ifigenia, la maniobra de un sarcasmo a medias, posterior a la primera rebeldía inteligente de una muchacha frente a un medio de enormes soslayamientos, no alude, tarea imposible, a la enorme monumentalidad silenciadora del gomecismo, sí a los que obtienen prebendas del régimen. La novelista para nada hace mención de la violencia de las cárceles gomecistas. Esa será la misión de otros escritores. Teresa de la Parra muestra, al principio, la indignación de la heroína frente al despojamiento que el tío Eduardo Aguirre ha hecho de su fortuna. Pero en cuanto a violencias sólo dibuja las muy interiores de la tía Clara o de Mercedes Galindo y las de casero padecimiento de la protagonista.

En Ifigenia el gomecismo es juego de lejanías, rumores de la fortuna política de algunos personajes expresados por la autora con solapado acento en páginas distanciadas unas de las otras. Todos los personajes, no sólo María Eugenia Alonso, con su historia de amor triste, son unos perdedores. Más de uno ha abandonado el corazón en la cuneta a fin de tener dinero, poder, figuración o son seres con poca envergadura para concluir un proyecto intelectual. Siempre que pueden salen en estampida de Venezuela. No lo dicen abiertamente. Pero para esos compatriotas, fuera de las Legaciones que consiguen en el exterior o los negocios que hacen para enriquecerse, gobierno de por medio, el país es el mismísimo demonio.

Teresa de la Parra evidencia una nueva realidad que ella expresa siempre con el lápiz a media luz. Gracias, precisamente, a las facilidades de enriquecimiento rápido que las relaciones con el gobierno y un subsuelo rico en petróleo empiezan a proporcionar, los venezolanos acaso se hacen menos escépticos o errantes. En el escepticismo del tío Pancho, por ejemplo, se advierte una última ironía disidente. Cuando no escépticos, han sido resignados, con rutina y acentuada importancia hacia la vida chiquita como es el caso de la tía Clara. Los de la nueva fortuna petrolera pueden tener talento, ser finos, cultivados, pero, finalmente, egoístas, conseguidores como Gabriel Olmedo. O ampulosos, vulgares hombres del régimen como el doctor César Leal. En la pechera cuajada de rubíes del antipático doctor Leal, en su Packard imponente, en el solitario que lleva entre los dedos como un tercer ojo, en sus discursos altisonantes y de mal gusto, Teresa de la Parra anticipa magistralmente el país petrolero de los años por venir en su insolente vertiente de nuevo riquismo.

Senderos de la insinuación

Ramón Díaz Sánchez, considerado una pluma más modesta que la de Picón Salas o la de Úslar Pietri y sin embargo, autor entre otros libros de la hermosa novela Cumboto, posiblemente, da en el clavo más que ningún otro autor venezolano cuando afirma en su libro Teresa de la Parra, clave para una interpretación (Caracas, Ediciones Garrido, 1954): «En su tiempo no fueron muchos, aquí, los que calaron el símbolo de este libro; en el nuestro su número ha aumentado aunque no lo bastante como para que el espíritu de la escritora y el de su bella Caracas puedan considerarse substancialmente reinvindicados».

¿Y, acaso, podía ser solo símbolo perturbadora y delicadamente femenino como nos hicieron ver tantos comentarios? «Ifigenia, novela esencialmente femenina, insinúa mucho más de lo que dice, y estos senderos de la insinuación, no se ven, se sienten y presienten como los diversos estados de ánimo a través de los versos de un poeta», confiesa la misma Teresa de la Parra en artículo fechado en París en 1926. Estos «senderos de la insinuación» llevan a corroborar que en la novela de Teresa de la Parra no hay solo una jovial autobiografía juvenil de la autora. En Ifigenia hay dos autobiografías: la de la novela cumplidamente femenina y la de la reveladora y brillante novela política. El libro, visto como el romántico libro escrito por una mujer desmenuza en la historia de la joven Alonso un parangón biográfico con la veinteañera Teresa de la Parra que llega de Europa. Es más: está muy claro que la cautivadora Mercedes Galindo, personaje clave de Ifigenia, es mucho lo que tiene que ver con Emilia Ibarra, entrañable amiga de la escritora.

Pero en Ifigenia puede leerse otra autobiografía de la autora, pública, política, y que encarnada en el personaje Gabriel Olmedo, concita menos simpatía que la de la joven Alonso. Pero, pregona o prefigura comportamientos externos de la escritora. Muy estudiado y distinguido, pero sin fortuna personal, Gabriel Olmedo regresa de Europa después de haber escrito un libro del cual no se tercia más: asunto muy nuestro. Por años, en Venezuela, nos hemos dado a comentar libros que nadie ha escrito y escritores huérfanos de páginas. Pero, volviendo al personaje Olmedo, en la intriga del «Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba», el caballero de marras careciendo de fortuna personal aspira una Legación en Europa o a hacer negocios con el gobierno. Destino paralelo o casi paralelo al de Teresa de la Parra, la cual sí ha escrito un libro y, a semejanza de Olmedo, es probable que quiera también salir de la pobreza e irse para Europa.

El personaje de Ifigenia, Olmedo, logra llevar a cabo sus ambiciones en la aproximación a Monasterios, poderoso Ministro del gobierno y en el matrimonio, seguramente no deseado, con la hija poco atractiva, algo obesa del Ministro. Y pese a que en Ifigenia, tampoco es cosa de arduos detectives descubrir, la fría displicencia de la autora hacia personajes que por sus vínculos con el gobierno, obtienen una serie de ventajas personales y materiales, Teresa de la Parra, aparte de cuyo notable talento narrativo debía merecer un justo premio, la gratificación de un estado que, además, empezaba a obtener los frutos de la novedosa industria petrolera, al dar fin a Ifigenia escribe una larga carta al general Gómez bastante adulatoria que, a bien seguro, no tiene otra intención que el logro de una pensión que permita llevarla a vivir, con alguna comodidad, fuera de ese desierto que para una mujer de su extraordinaria vivacidad intelectual era la Venezuela de los años 20.

En suma, María Eugenia Alonso le había prestado a Teresa de la Parra, entre otras cosas, una jovialidad atrevida, la crítica constante para enumerar algunos pecados y pecadores codiciosos del gomecismo. Gabriel Olmedo, en cambio, exquisito, encantador pero, asimismo, convencido como la escritora de los beneficios de la paz gomecista y de que la libertad en Venezuela se confundía con una natal anarquía, empuja, quizás, la mano de la novelista que halagó al General Gómez en una larga carta melindrosa. Misiva en la que ella parecía desdecirse de esas páginas maravillosas que incluían el retrato del doctor César Leal, alto funcionario del régimen. Pero muy irónica manera de capear el furioso temporal de una dictadora, Teresa de la Parra nos hace adversar al doctor Leal, acertijo de novela de amor, sobre todo, como novio temible de la protagonista.

Novela que consta de dos anillos, uno refulge en muchos momentos con la luz diamantina del diario sonriente de una muchacha y una historia de amor incompleta. El otro es un anillo liso, sin adorno de piedra refulgente, se mueve, locuazmente, sin embargo, de un dedo a otro de la mano con arista de aguja pensativa para expresar el chisme severo y sarcástico de una novela política bastante completa. Sumario doméstico intercalado con datos distantes que no lo son. La escritora expresa todo esto último, sin levantar la voz, sin dejar de jugar al amor perdido y al mayor de los silencios. No hay acusaciones para nadie en particular, es decir al tirano de turno, pero en Ifigenia, Teresa de la Parra dice lo que tiene que decir con pluma osada y nada anecdótica.

Fuente:http://www.analitica.com/bitblioteca/elerner/teresa.asp

Venezuela, 1924 Teresa de la Parra habla sobre su más reciente obra Ifigenia

Venezuela, 1924
Teresa de la Parra habla sobre su más reciente obra Ifigenia

“La crisis por la que atraviesan las mujeres no se cura predicando la sumisión”

A mediados de este año la joven escritora venezolana Teresa de la Parra publicó
Ifigenia. La novela busca resaltar la figura de la mujer que trata de luchar en contra del
machismo y el tradicionalismo en el siglo XX.

Teresa de la Parra, quien desde 1923 vive en Francia, destacó aspectos importantes de su más reciente obra:

-Uno de los aspectos más interesantes de lanovela es la lucha entre las ideas tradicionales
y la necesidad de modernización ¿Su crianza fue importante para plantear esta dicotomía?

-Tanto mi madre como mi abuela pertenecían por su mentalidad y sus costumbres a los restos de la vieja sociedad colonial de Caracas. Por lo tanto mi segunda infancia y mi adolescencia se deslizaron en un ambiente católico y severo. En Caracas me puse por primera vez en contacto con el mundo y la sociedad. Observé el conflicto continuo que existía entre la nueva mentalidad de mujeres jóvenes despiertas al modernismo por los viajes y las lecturas, y la vida real que llevaban, encadenadas por prejuicios y costumbres de otra época. Sólo en deseo, por la independencia de vida y de ideas, hasta que llegaba el matrimonio que las hacía renunciar y las entregaba a la sumisión acabando por convertirlas a las viejas ideas gracias a la maternidad. Este continuo conflicto femenino con su final de renunciamiento me inspiró la idea de mi primera novela Ifigenia.

¿Piensa ud. que su novela fue mal recibida en ciertos sectores de la sociedad, y eso influyó en su actual exilio?

La crítica que encierra contra los hombres y ciertos prejuicios hizo que en mi país la recibieran con algún mal humor. Algunos círculos ultracatólicos de Venezuela y Colombia creyeron ver en ella un peligro para las niñas jóvenes que la celebraban al verse retratadas en la heroína con sus aspiraciones y sus cadenas. La novela fue atacada y defendida con gran exaltación en diversas polémicas, cosa que contribuyó a su difusión.

¿Ud. se considera una feminista?

Mi feminismo es moderado, La crisis por la que atraviesan hoy las mujeres no se cura predicando la sumisión. La vida actual no respeta puertas cerradas. Para que la mujer sea fuerte, sana y verdaderamente limpia de hipocresía, no se la debe sojuzgar frente a la nueva vida, al contrario, debe ser libre ante sí misma, consciente de los peligros y de las responsabilidades, útil a la sociedad, aunque no sea madre de familia, e independiente pecuniariamente por su trabajo y su colaboración junto al hombre. París

"La mujer proyectándose en la obra"

Teresa de la Parra, seudónimo de Ana Teresa Parra Sanojo, nace en París en 1890. Su familia estaba vinculada al hombre fuerte de Venezuela; Juan Vicente Gómez, que detentó el poder entre 1903 y 1935, primero como presidente y luego como dictador. Esta familia formaba parte de la aristocracia venezolana y, dentro de ella, al sector de los terratenientes; en consecuencia formará parte de la aristocracia de ese país..

Desde los dos a los nueve años vive en la hacienda de caña de sus padres en la localidad de Tazón, cerca de Caracas. En 1898 muere su padre y la familia se traslada a España. En 1909 regresa a Caracas, en 1922 viaja a París. Su vida se vuelve itinerante hasta pocos años de su muerte, ya que la enfermedad que padece (tuberculosis), le impide viajar. Reside entonces en España y muere en Madrid en 1936.

Sus primeras realizaciones literarias fueron los relatos orientales publicados en un periódico bajo el seudónimo de "Frufrú", a los que siguen otras publicaciones en diarios y revistas.

En 1923 publica en París su primera novela: "Ifigenia": "diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba", la cual es celebrada por R. Roland y M. De Unamuno. Es una de las primeras mujeres sudamericanas en ganar un premio literario en Europa. Sus vínculos con la intelectualidad europea e hispanoamericana se multiplican. Es amiga de Gabriela Mistral, con quien mantiene asidua correspondencia.

En 1927 viaja a La Habana donde conoce a la escritora cubana Lidia Cabrera con quien inicia y mantiene durante toda su vida una estrecha amistad.

Varios años le insume la completa realización de su segunda novela: "Las memorias de Mamá Blanca", la cual se publica en 1929 y marca el hito más alto de su producción literaria.

En 1930 trasciende con sus conferencias sobre mujeres, una en La Habana sobre: "La influencia oculta de las mujeres en la independencia del continente y en la vida de Bolívar"; y tres en Bogotá sobre la influencia de las mujeres en la formación del alma americana, en la época de la conquista, de la colonia y de la Guerra de Independencia. Son conferencias feministas, pero de un feminismo particular, conservador, en oposición a los movimientos feministas radicales.

Teresa de la Parra estaba en contra del voto de la mujer y de su participación en la vida política. En una de las conferencias en Colombia dice tener nostalgias de la vida de 200 años atrás, de la vida en el convento, de la vida de Sor Inés, que estudiaba, que no dependía de un marido, ni de padres o hijos. Aspira a que una mujer pueda vivir su vida y su destino con libertad (en realidad ese era el mundo de la mujer letrada intelectualizada)

No comparte las aspiraciones de los movimientos feministas sufragistas, ni el destino de la mujer que se casaba, no aspiraba a ninguna de las dos cosas. Ella es una mujer autodefinida como feminista, pero que no cuestiona el orden político, ni el social, ni el económico. Lo que propugna es el rol de la mujer a estudiar, escribir y llevar una vida intelectual.

Posteriormente mantiene una importante correspondencia con el historiador Vicente Lecuna, la cual es preparatoria para una novela feminista sobre Bolívar que no llegó a escribir.

Teresa de la Parra es una figura icónica de la cultura venezolana, todos los cursos de literatura la incluyen. En Venezuela llevan su nombre escuelas, teatros, monumentos, premios literarios.

Pero antes del S.XIX en América hispana, la escasa literatura femenina se circunscribía a los auto sacramentales escritos en los conventos. El caso de Sor Juana Inés de la Cruz se destacaba como el único con un discurso no convencional. Recién a principios del S.XX la escritura femenina comienza a abordar el género narrativo y en especial la novela. Con Magdalena Mondragón de Méjico, María Luisa Bombal de Chile, Victoria Ocampo de Argentina, entre otras, se abre el camino este género donde Teresa se destaca en la narrativa femenina por la temática abordada y la perspectiva particular de su enfoque.

Para poder comprender e interpretar mejor la perspectiva ideológica que trasunta la obra de esta escritora es imprescindible tener en cuenta el contexto socio-político y económico por el cual atravesaba Venezuela en esos años.

En 1922 estalla un chorro de petróleo en Maracaibo marcando el inicio de una Venezuela petrolera y relegando cada vez más a la Venezuela agropecuaria del café y del ganado; junto con la aparición del petróleo llegan a este país compañías norteamericanas e inglesas.

En 1298 se produce una sublevación contra el régimen de Gómez liderada por estudiantes intelectuales, Rómulo Gallegos se encuentra entre los últimos. En su pasaje por La Habana, la escritora había tenido expresiones laudatorias hacia J.V.Gómez y sus logros en el gobierno.

Este hecho político marca el quiebre con el pasado con la Venezuela del S.XIX. Desde el punto de vista literario la generación del ‘28 es la generación de la vanguardia venezolana. Teresa de la Parra no la integra. Está fuera de ella por edad y por su procedencia cultural y política.

De la Parra está en tránsito de la vieja a la nueva Venezuela.

En su obra no hay referencias a los avatares políticos de su país, ni elementos que permitan juzgar su posición al respecto.

Pero es en "Las memorias de Mamá Blanca" donde puede visualizarse con mayor claridad la perspectiva ideológica de la autora, a su vez, su vida nos permite entender la posición central de Mamá Blanca. Es esto una novela nostálgica de la celebración de un pasado no muy lejano.

La crítica tradicional ha querido ver en la novela una especie de relato autobiográfico. Pero, aunque la autora vuelque en ella recuerdos de su infancia, "Las memorias…" no es una reconstrucción del espacio y el tiempo de la infancia de Teresa de la Parra (Venezuela hasta 1914); puesto que el acontecer está situado de modo explícito alrededor de 1860, y tampoco es un intento de reconstruir en la ficción la Venezuela de esa época. La historia del país en esos años está teñida de de luchas internas entre caudillos; ese escenario no está presente en la novela, salvo por el personaje de "Vicente Cochocho", que va y viene de la guerra, pero estos avatares históricos no integran el mundo feliz de "Piedra Azul"

Esta novela es la celebración de un pasado feliz, místico, desprovisto de los referentes histórico-político mencionados, es la celebración de un mundo perdido.

Desde el inicio las voces que se escuchan son femeninas. La novela comienza con una "Dedicatoria": "A ti…", es un tú femenino desconocido para el lector; la autora dedica esta novela a una mujer.

Luego viene "Advertencia", es la voz de la editora, personaje de la novela que recibe los manuscritos y "reordena", para su posterior edición, los recuerdos de "Mamá Blanca". Contraponiendo el estilo de "Mamá Blanca": sencillo, amable, pleno; la editora hace una crítica a la estética contemporánea, a las vanguardias, a las que define como "obras de un esplendor hermético…", y luego añade: "La escuela de lo hermético (…) ha logrado colocar los placeres del espacio y las sonrisas de la idea al alcance de nadie" (pág. 25)

Si bien el universo de la novela es patriarcal, los hombres tienen el poder; este mundo tradicional está desarticulado relegado a un segundo plano, porque lo que aparece en primer plano es el mundo de las mujeres: "Blanca Nieves" y sus cinco hermanas, la madre, Evelyn, especie de institutriz, y el resto de las mujeres que servían dentro de la casa; y a pesar de los avatares diarios entre todas ellas reinaba la armonía.

En la novela se celebra la amistad femenina. Ya desde la "Dedicatoria" se trabajo lo afectivo, el recuerdo, la relación entre un "tu" y un "yo" femeninos.

En la "Advertencia" se narra la relación afectuosa entre la que luego será la editora de "Las memorias" y "Mamá Blanca", entre una anciana y una niña.

Para esta autora las mujeres ocupan el privilegiado lugar del afecto.

En el desarrollo ficticio de la novela surge la contraposición de dos mundos: el "presente" de la escritora de la "Advertencia" y de "Mamá Blanca" a los 75 años, y el "pasado", los recuerdos de "Mamá Blanca" en su niñez en la hacienda de "Piedra Azul".

Hay en la novela una perspectiva ideológica crítica sobre ese mundo "real", actual, y un mundo "ideal" y pasado. Se cuestiona sobre todo las nociones de progreso de la civilización industrial, de la modernización. Se idealiza un pasado patriarcal, para mostrarlo como un modelo de orden regido por la naturaleza en oposición a una modernización que sería contraria a lo natural. La obra sustenta una idea casi mística de la naturaleza, concebida como una instancia reguladora e integradora; en cambio el mundo moderno, la civilización y la cultura moderna hacen perder al hombre su comunión con la naturaleza degradándolo y haciéndolo infeliz.

En "Las memorias…" la naturaleza aparece como principio de valorización positiva: "Mamá Blanca" poseía una exquisita, sutil inteligencia que más que en los libros se había nutrido en la naturaleza (Págs. 18-19)

Ya en "Ifigenia" se insinuaba la alianza entre la naturaleza, el instinto y la tradición en oposición a la inteligencia, la lógica y el progreso. Desde otra perspectiva en "Las memorias de Mamá Blanca" se acentúa y desarrolla esta alianza. Los personajes que aparecen son los que se describen como más próximos a la naturaleza, como por ejemplo "Vicente Cochocho"

Desde la perspectiva de la novela son conformes a la naturaleza el orden y la jerarquía: "cada cual en su puesto".

Es una novela clasista, pero no racista, hay conciencia del problema racial: del indio, del negro, "V. Cochocho", que por un lado es la escoria, mezcla de indio y de negro, el peón para todo oficio; no es un personaje negativo, no es denigrado; es querido por "Blanca Nieves" y sus hermanas. La autora (Teresa de la Parra) eleva al personaje, "Vicente Cochocho" es la idealización del hombre porque es un rebelde al sistema, porque es un hombre que vive en unión con la tierra.

Hacia el final de la novela la hacienda es vendida, el nuevo dueño de "Piedra Azul" es un rico capitalista, amante del progreso, que introduce innumerables cambios y reformas, que lesionan y transforman el "mundo natural" que allí reinaba. Por eso cuando las niñas visitan la hacienda luego de dos años, "Blanca Nieves" dice: "Todo estaba cambiado: era el triunfo del revés sobre el derecho" (Pág. 280). Se había perdido lo positivo, lo conforme a la naturaleza. Los valores positivos habían sido sustituidos por los negativos. En la visión del mundo de esta mujer venezolana el campo es un espacio idílico por estar más cerca de la naturaleza que de la sociedad moderna; otro tanto puede decirse de la infancia porque es anterior al proceso de educación y "civilización". La mujer, según los rasgos convencionales que se atribuyen a lo femenino, está más cerca de la naturaleza que el hombre; y el lenguaje llano, sencillo, natural, próximo a la oralidad, se opone por las mismas razones a la lengua escrita, literaria, artificiosa.

Las nuevas lecturas críticas de la obra de Teresa de la Parra han elevado la valorización de sí misma. Se destaca así la modernidad de su escritura, la claridad de su prosa, su virtuosismo en el manejo del lenguaje, su ironía, su fino humor, a veces negro con que va describiendo la sociedad latifundista en decadencia, asaltada por la capitalista y vulgar del petróleo. No hay inocencia ni ingenuidad en su escritura sino una particular perspectiva ideológica.

Todos estos valores le han significado su incorporación al canon de la literatura hispanoamericana.

Bibliografía consultada

De la parra

"Obra escogida", Madrid, Monte Ávila Latinoamericana, Fondo de Cultura económica, 1972.

"Las memorias de Mamá Blanca" (prólogo de Marco Antonio Martínez), Bs. As., Eudeba, 1966.

"Las memorias de Mamá Blanca" (Edición Crítica de Velia Bosch), Madrid, colección Archivos, 1988.

Jorge Sapka

Prof. de Lengua y Literatura.

Fuente: http://www.monografias.com/trabajos15/teresa-delaparra/teresa-delaparra.shtml

jueves, 5 de abril de 2012

UPAEP América '98 Teresa de la Parra - Teresa Carreño

La Unión Postal de las Américas, España y Portugal, UPAEP, mantiene, como algo ya institucional, la emisión de la seria AMERICA, a la que es justo reconocer la muy buena y merecida aceptación que goza entre los habitantes y coleccionistas de los países miembros de la Organización y de los filatelistas del resto del mundo, que han visto con agrado, como, año tras año, los países miembros de la región postal que forman Latinoamérica y la Península Ibérica han efectuado lo que definitivamente es ya, para los amantes del sello postal, una colección temática.

Venezuela, a través de su Instituto Postal Telegráfico, IPOSTEL, continúa honrando su compromiso y realiza la décima emisión del tema AMERICA '98, en el marco previamente señalado por la institución: Mujeres nacionales con trascendencia internacional.
Para esta oportunidad, el motivo señalado aprobado por la Asamblea de los miembros signatarios de UPAEP ha tenido como fin rendir un muy merecido y justo homenaje a la mujer de nuestros países, por intermedio de la presentación, en sendos sellos postales, de dos de sus más prestigiosas figuras nacionales.

Las personalidades seleccionadas en nuestro país, Teresa Carreño, considerada como la más grande pianista de su época, y Teresa de la Parra, reconocida como una de las más ilustres escritoras hispanoamericanas, gozan de un reconocimiento universal, pues su trascendencia ha sido causada por las magnificas dotes espirituales que poseyeron y que supieron utilizarlas para volcarlas hacia la humanidad brindando así a todos sus habitantes la belleza espiritual, la única perdurable en el tiempo, a través del mensaje otorgado por dos grandes exponentes del arte: la música y la literatura.
Una síntesis biográfica de las dos compatriotas que han enaltecido y continúan enalteciendo el gentilicio venezolano es tarea obligada para coadyuvar a la difusión de su conocimiento en el campo filatélico, razón por la cual presentamos el perfil de ambos personajes, pero no sin antes expresar nuestro sincero agradecimiento por su colaboración al doctor Leonardo Asparren, Presidente de la Fundación Teresa Carreño, al ceder un espacio físico en la institución que tan dignamente preside para rendir homenaje a las dos Teresas de Ipostel, y a la señora Velia Bosh, historiadora literaria, magnífica conocedora de la vida y obra de la insigne escritora Teresa de la Parra, por medio del estudio profundo y del apasionamiento derivado del contacto con su grandeza, que no le impide la objetividad en la ejecución de su tarea; por su caluroso aporte literario en nuestro Boletín Informativo, mil gracias.

TERESA CARREÑO

Pianista y compositora, hija de Manuel Antonio Carreño y de Clorinda García de Sena y Toro, nace en Caracas el 22 de diciembre de 1853. Inició sus estudios de piano con su padre y los continuó con Julio Hohené. El 25 de noviembre de 1862, cuando todavía no había cumplido nueve años de edad, dió su primer concierto en el Irving Hall de Nueva York. Allí recibió lecciones del famoso pianista norteamericano de origen alemán Louis Moreau Gottschalk. Luego de pasar una temporada en La Habana, Cuba y Estados Unidos, donde tocó en la Casa Blanca para el presidente Abraham Lincoln, se radicó en París en 1866. Allí tocó ante Pedro Roberto José Quidant, Giaocomo Rossini y Franz Liszt, quien propuso darle lecciones si se trasladaba a Roma, pero razones económicas impidieron el viaje.

Desde París inició su carrera de concertista que la llevó a visitar todos los países de Europa, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelandia y Africa del Sur, ejecutando acompañada de las más famosas orquestas dirigidas por eminentes maestros. Su repertoria incluía conciertos de autores clásicos y románticos. En 1873, se casó con el violinista Emial Saurel, pero se divorció en 1875 para casarse, al año siguiente, con el cantante de opera Giovanni Tagliapietra. Fundó con su segundo marido una empresa de conciertos, la "Carreño-Donaldi Operatic Gem Company". A mediados de 1885, volvió a Venezuela, después de una ausencia de 25 años, invitada por el presidente Joaquín Crespo a dar un concierto en Caracas. A comienzos de 1886, Antonio Guzmán Blanco, nuevamente en el ejercicio de la Presidencia de la República, la comisionó para organizar la siguiente temporada de ópera en Caracas. Sin embargo, el elenco que logró contratar para tal efecto era mediocre. La sociedad caraqueña, además, había adoptado una actitud de rechazo hacia una mujer que, por más talento que tuviera, era divorciada y vuelta a casar, algo considerado entonces como un escándalo; fueron boicoteadas las óperas presentadas y la temporada resultó un fracaso.

De regreso a Europa, se desempeñó como solista de la Orquesta Filarmónica de Berlín. En esta ciudad, donde había fijado su residencia, ya divorciada de su segundo marido, conoce al pianista Eugene D'Albert con quién se casó el 27 de julio de 1892, divorciándose luego por tercera vez en 1895. Finalmente, en 1902, se casa por cuarta y última vez con su antiguo cuñado, Arturo Tagliapietra. Al estallar la Primera Guerra Mundial, inició una gira por España, y luego, por Cuba y Estados Unidos donde falleció el 12 de junio de 1917 en la ciudad de Nueva York, víctima de un agotamiento general debido a los largos años de excesivo trabajo.
Fue considerada como la más grande pianista de su época. Entre sus obras como compositora se recuerdan: Himno a Bolívar, Saludo a Caracas; el vals A Teresita, dedicado a su hija; el Cuarteto para cuerdas en si bemol y el Bal en reve Opus 26. Sus cenizas fueron traídas a Venezuela en 1938 y desde 1977 reposan en el Panteón Nacional. El principal complejo cultural de Caracas, inaugurado en 1983, lleva su nombre.

TERESA DE LA PARRA

Ana teresa Parra Sanojo, venezolana, nació en París el 5 de octubre de 1889 y falleció en Madrid el 23 de abril de 1936, con el deseo de "...comer una poquita de tierra venezolana". Llegó a los lectores de habla hispana sus excelentes textos narrativos: IFIGENIA, LAS MEMORIAS DE MAMA BLANCA, su delicado y trágico epistolario, los tres primeros cuentos fantásticos de nuestra literatura venezolana, su singular cuento LA MAMA X, un EPISTOLARIO y ciertas inéditas cartas, recados y reflexiones íntimas. De sus contemporáneos recibió, afectos verdaderos y amistades peligrosas, envidias, amor, admiración, premios y lógicas desilusiones. Uno de los mayores reconocimientos póstumos la honra con su presencia en el Panteón Nacional, al lado del Libertador. En los acordes trágicos de sus últimos sueños quedó la biografía íntima de Bolívar amante que no logró concluir. Desde el sanatorio para tuberculosos, escribe a Lecuna: "... Que hombre tan grande! Todo cuanto se diga de él es poco. A medida que lo conozco, voy reconociendo lo atrevido de mi proyecto y me asusto y me apoco".

Basta observar su perfil lánguido y perfecto, el corte a la "garconne", el tono "guerlain" en sus labios juntos y el zarcillo de perlas que se asoma por el fino perfil izquierdo para situar la pose en los locos años veinte. Principio del siglo que despedimos. Bien vale la pena perpetuarla en una estampilla de correos, viajeras ambas y afectas a los secretos. El honor le ha llegado de manos del INSTITUTO POSTAL TELEGRÁFICO DE VENEZUELA, IPOSTEL. Honra que honra.

¿Quién, entre las escritoras venezolanas ha cultivado el género epistolar con esa lengua elegante y ácida, a ratos nostálgica y más aún, con ese disimulado tono de confidencia amena o secreto apenas en roce con la celosía... la celosía que escucha a media, atisba secretos, vislumbra y seduce, quién?
Amar un genero y aborrecerlo, he allí el conflicto. Escribía Teresa a su enamorado, el escritor ecuatoriano Gonzalo Zalzumbide: "Este impulso de romper las cartas antes de recibir la tuya acabó con el dilema: ya no hay caso de devolvértelas como me pides (...) Cuando recibí las que me mandaste de Berna, las rompí sin leerlas casi." Y es que únicamente a ella, en nuestra literatura venezolana, puede considerársela como la autora del más extenso e intenso epistolario. Bien decía el diplomático y novelista portugués Eca de Queiroz: "una correspondencia revela mejor que una obra, la individualidad (...) las costumbres, los modos de sentir, los gustos, el pensamiento contemporáneo y ambiente, enriquece siempre el tesoro de la documentación histórica".

No en vano sus cartas a Rafel Carías, cincuenta y una, desde marzo de 1924 hasta abril de a927, según Mariano Picón Salas son "... la más fina sonata con su allegro, su scherzo tempestuoso, sus instantes de nocturna melancolía chopiniana, su elegía de vida breve en lúcida marcha hacia la muerte, se parece a un memorial de confidencias".

Y, en cuanto, a los sellos postales, que yo presupongo una joya para los coleccionistas, corresponden a la errancia de nuestra admirable Teresa errancia humana y literaria por París, Bellerive, Jean-les-Pins, Habana, Ginebra, Vevey, Corseaux, Villarsur Chamby, Leysin y Vevey.

En 1951, la para entonces prestigiosa editorial Cruz del Sur puso en nuestras manos adolescentes el volumen de discreta y fina diagramación, de TERESA DE LA PARRA, CARTAS, que contienen treinta y seis aproximaciones al mundo íntimo de nuestra escritora desde 1930 hasta 1935, cuyos destinatarios prestigian en sí mismos el contenido: Don Vicente Lecuna, Luisa Zea Uribe y Rafael Carías. Su fino compilador prologuista es otro imprescindible, como otra imprescindible, nuestra escritora.

El epistolario dirigido a Zaldumbide abarca desde 1924 hasta 1935, sesenta y siete en total, de las localizadas hasta hoy, desde Caracas, Maracay, San Juan de la Luz, Fuenfría, Cercedilla, Madrid y París. Sesenta y siete, casualmente, enviadas a su amiga cubana Lydia cabrera, desde 1927 hasta 1935. Un año antes de morir cuando sometida a absurdas operaciones de un pulmón, dejó de cultivar el género epistolar y abandonó el proyecto de la biografía de Bolívar.

¿Cuantas veces una correspondencia es burlada por su remitente? ¿Cuantas por su destinatario? Zalzumbide alerta a Teresa: "Si llegas a Caracas te telegrafiaré firmando Guadalupe, como si fuera una amiga. Y si tú temes que el telégrafo de allá al ver mi nombre en la dirección sospecha que eres tú quien lo manda, dirígemelos a nombre de Pacífica Chiriboga. Es Pacífico, pero no importa". Así llegaban los mensajes desde marzo a octubre de 1928, a Quito, San Luis de Los Chillos, París y La Baule.
¿No es éste un signo de correspondencia y relaciones peligrosas, para la época? Tal vez, si la muerte no se hubiera permitido un acecho tan pronto y cruel.

En 1981 recibí un brevísimo folleto de Lydia Cabrera: SIETE CARTAS DE GABRIELA MISTRAL A LIDIA CABRERA. En un breve párrafo de la impredecible y contundente escritora chilena, se lee: "Yo no sabía, aunque creyese saberlo cuanto y cuanto quería a Teresa, hasta donde era ella criatura entrañable mía, un poco mi orgullo, otro mi delicia, otro mi ternura. Había llegado a ser tan perfecta que la memoria de ella que me ha dejado es algo cristalino si no fuese a la vez vital, es algo como la presencia de un ángel, constante, tibia y ligera".

Imágenes de la mujer y construcciones de lo femenino


Teresa de la Parra y Fray Luis de León:
Imágenes de la mujer y construcciones de lo femenino
Carolina A. Navarrete González
Pontificia Universidad Católica de Chile

A través de las siguientes líneas pretendo presentar y analizar la construcción de la feminidad por medio de las imágenes de mujer que entregan los textos La perfecta casada de Fray Luis de León y el texto Influencias de las mujeres en la formación del alma americana de Teresa de la Parra.

Fray Luis de León, autor del manual dedicado a las esposas, apareció por primera vez en 1583 y fue reimpreso más de doce veces durante los siguientes cincuenta años. Este libro fue considerado durante varios siglos como una sana fuente de opinión y de consejo para esposas jóvenes. Fray Luis se inspiró para escribirlo en la Biblia, específicamente en el último capítulo de los Proverbios, y en los escritos de Juan Luis Vives. Siguiendo fielmente estos antecedentes, consideraba que el estado de matrimonio era inferior a la virginidad, pero para efectos prácticos, la perfección en cada estado era una meta deseable en la vida. Para la mujer casada la perfección consistía en conservarse pura y fiel a su marido, encargándose de los deberes del hogar y procurando ser tan valiosa como una joya para su esposo. Para alcanzar este grado de perfección entraba en detalles diciendo cómo una mujer debía administrar los bienes de su esposo, amándolo y ayudándolo en las épocas difíciles, tratando bien a sus sirvientes, educando a sus hijos, hablando poco, yendo a la iglesia frecuentemente y quedándose en la casa cuanto fuera posible. La mejor recompensa para una mujer era el reconocimiento general de sus virtudes por el hombre y por Dios.

Ahora bien, entrando más detalladamente en la configuración de la imagen de mujer que surge a partir del texto de Fray Luis, pasaré a nombrar y a caracterizar cada uno de los puntos que me parecen relevantes para este fin.

En primer lugar, se hace hincapié en el temor de Dios como una de las características propias de la mujer que se casa. Este temor de Dios, estaría ligado a la guarda y limpieza de conciencia, la que se lograría a través del servicio al marido, el gobierno de la familia y la crianza de los hijos.

Otro aspecto interesante de mencionar es el que guarda relación con la perfecta casada como Mujer de valor (virtuosa de ánimo y fuerte de corazón), en el sentido de que es cosa rara y por lo mismo dificultosa de hallar. Se la compara con las piedras preciosas, de manera que al poseerla el hombre se vuelve rico y se debe tener como bienaventurado y dichoso.

La mujer casada debe evitar ser gastadora, ya que el gasto de la mujer no vale, es todo en el aire, por lo que aquello en que gasta no luce ni es de importancia. Aquella que gasta está yendo en contra de su oficio; lo que debe hacer es guardar para que su marido se vuelva confiado y seguro. Él debe saber que con tenerla a ella como ahorradora y ayudadora tiene ya riqueza suficiente. Además de ser guardadora de los bienes de la casa, debe soportar a su marido en cualquier circunstancia. Así, es la mujer la que debe conservar la paz en el hogar aunque su esposo sea un beodo, verdugo o incluso, agresivo. Más aún, la mujer casera ha de ser hacendosa en todo momento, ocupándose de recoger todo lo que pareciera estar perdido en su hogar y convertirlo, con ingenio, en algo de utilidad y provecho.

Como una obligación de la esposa está también el hecho de madrugar, con el fin de ser el ejemplo de su familia y criados. Gracias a esta conducta le es posible gobernar su gente asumiendo el rol de “alma de la casa”, sin permitirse ocasión para el ocio y procurando la práctica del trabajo como veladora e hiladora. La perfecta casada debe ser piadosa con los pobres y muy generosa, estando alerta con quienes admite en su casa. Una de las virtudes de la buena casada es tener gran recato acerca de las personas que admite a su conversación y a quien da entrada en su casa. A lo que se agrega el buen trato que debe procurar hacia sus sirvientas y criadas.

En lo referente a la vestimenta de la esposa, ésta debe procurar el uso de prendas de vestir que estén conforme a la honestidad y a la razón. Ha de cuidar su higiene, y usar colores como el púrpura y el blanco de la sencillez. Darse afeites, constituye una acción propia de rameras y no de buena mujer, el uso de afeites sólo sirve para dar a entender que el alma está enferma. Con esto, se le recomienda, ser apacible y de condición suave; no salir de su casa y preferentemente, cerrar la boca, ya que la hermosura de la mujer, siguiendo a

Demócrito, tiene que ver con el hecho de hablar escasamente y en forma limitada. La perfecta casada debe guardar silencio y la casa, siendo su sabiduría propia el saber callar. En definitiva, su oficio consiste en hacer buen marido, criar buenos hijos con buenos hechos y obras.

Ahora bien, la segunda imagen de mujer que interesa develar, es la que entrega Teresa de la Parra en su libro de conferencias: Influencias de las mujeres en la formación del alma americana. Estas conferencias pronunciadas en Bogotá el año 1930, son su tercer libro, siendo reimpresas en 1982. Teresa de la Parra se propuso encontrar cuál y cómo había sido la influencia oculta que ejercieron las mujeres durante la Colonia Hispanoamericana. Al trazar la vida de aquellas damas trató de utilizar lo vivo de la historia sin desdeñar al personaje anónimo e inesperado; hurgó en la tradición oral y se detuvo en un modo de comunicación que como el recado fue propio de los días provinciales.

Para empezar con la caracterización de la mujer según Teresa de la Parra, resulta importante destacar que la autora se manifiesta en contra de la actitud sumisa y mansa de la mujer encerrada en su casa. Lo imperante para la mujer de hoy que se encuentra en crisis es conseguir la libertad ante sí misma, siendo conciente de sus peligros y de las responsabilidades, útil a la sociedad, aunque no sea madre de familia, e independiente pecuniariamente por su trabajo y su colaboración junto al hombre, ni dueño, ni enemigo, ni candidato explotable, sino como compañero y amigo. El trabajo constituye una disciplina que purifica y fortalece el espíritu. El verdadero enemigo de la virtud femenina es la frivolidad que proporciona el vacío mariposeo mundano.

Según la autora, nuestra época colonial hispanoamericana, es decir, los tres siglos de vida que se extienden entre las guerras de la Conquista y las guerras de la Independencia, forman un período de amor en el cual impera un régimen de feminismo sentimental a la moda antigua que termina al comenzar las guerras de Independencia. Este régimen casi no dejó huellas de las mujeres, no se percibe su presencia ni en los documentos ni en los libros de la época, porque la mujer habría estado acostumbrada a vivir en el silencio. Sin embargo, la imagen de ella nos habría llegado por medio de la tradición oral. Aquel modo de vivir tuvo su asiento en la Iglesia, la Casa y el Convento.

Entonces, fueron las mujeres, madres de familia, encerradas en sus casas, las que moldearon el carácter de la sociedad hispanoamericana. Las mujeres anónimas habrían tejido con su abnegación el espíritu patriarcal de la familia criolla.

Frente a las mujeres que se quedaron en sus casas, las monjas constituyeron las únicas mujeres libres que hubo en la colonia. Las únicas que escogieron su destino por sí mismas, las únicas a quienes ni el padre, ni el hermano mayor le escogieron marido. De ahí se desprende la importancia del papel que representaron. Teresa las denomina “amantes del silencio, eternas sedientas de vida interior”, y aunque parezca contradictorio, precursoras del moderno ideal femenino.

Pues bien, un hecho que marcó la erosión del exaltado sentimentalismo de las mujeres, cuyos ejes eran la Iglesia y el convento, fue la expulsión de los jesuitas, los que, en su mayoría criollos, imperaban en el reino de las almas femeninas muy especialmente. Los jesuitas de la colonia inculcaban en las almas femeninas la idea inseparable de Dios, Patria y Rey. Estos conceptos formaban un solo credo. La Patria y el Rey eran sinónimos de la sumisión a España. Al ser arrojados y perseguidos por el Ministro del Rey, se disoció la trinidad y cundió en las conciencias la anarquía del cisma. Así, las mujeres de la colonia privadas de tan absorbentes directores perdieron la rigidez y la austera disciplina católica y española tan característica de la piedad femenina. Salida de su cauce, la religión sufrió la misma transformación que había sufrido la raza. Ella también se hizo criolla. El pecado mortal se hizo una abstracción bastante vaga y el terrible Dios de La Inquisición comenzó a ser una especie de amo de hacienda, padre y padrino.

Tras estas observaciones de la mujer y las transformaciones por las que pasa a lo largo de la colonia, Teresa de la Parra, configura una clasificación de las mujeres que participaron en la formación de la sociedad americana. Desde las mantuanas, o de las monjas que realizaron sus tareas desde el claustro, es de donde Teresa de la Parra toma el modelo para ejemplificar a través de algunos casos la vida de aquellos días.

De la clasificación que propone la autora, tomaré tres casos que me parecen dignos de destacar con el fin de perfilar la imagen de la mujer perteneciente a la Conquista, Colonia e Independencia.

En cuanto a la mujer de la Conquista, me interesa traer a escena a doña Marina, vendida por su madre y padrastro como esclava a unos indios forasteros y luego regalada a Hernán Cortés, con quien vive un amor, que de una intensa pasión pasó a un profundo aprecio. Doña Marina, mujer “entrometida y desenvuelta” según Bernal Díaz del Castillo, inició en alas de su amor por Cortés, la futura reconciliación de las dos razas e inició además en América aunque en forma rudimentaria aún, la primera campaña feminista.

Junto a esto vale destacar su sentido de perdón y de misericordia hacia su familia, puesto que al encontrarse con su madre y hermano, quienes pensaban que los mandaría a matar, ella los consoló y perdonó, arguyendo que cuando la vendieron, realmente no sabían lo que hacían. Doña Marina, como José vendido por sus hermanos, se erige como símbolo de misericordia y de generosidad.

Dentro de las mujeres pertenecientes a la Colonia, el caso de Amarilis, la poetisa colonial anónima que escribió sólo una vez con el seudónimo de Amarilis, merece cuidadosa atención. Muy joven, muy culta, lectora apasionada de Lope de Vega cuya fama se hallaba en todo su esplendor. Lo conoció por sus libros y a fuerza de admirarlo y de simpatizar con su espíritu sintió por él una verdadera pasión romántica. La poetisa le dirige una carta en verso haciendo su autobiografía y contando a Lope de Vega la historia de sus abuelos que fueron conquistadores y fundadores de su ciudad. Además le cuenta que es rica, bonita y feliz. También le cuenta sobre sus aspiraciones al amor platónico a través de su alma lírica, la cual, sedienta de abnegación y de responsabilidades, representa ya, según Teresa de la Parra, el ideal feminista tan denigrado, y tan incomprendido en su forma más pura.

En lo referente a las mujeres de la Independencia, destaca el nombre de Manuelita Sáenz, llamada la libertadora del libertador, debido a que salvó la vida de Simón Bolívar en dos ocasiones, siendo, además el último amor de éste. Doña Manuelita representa el caso de protesta violenta contra la servidumbre ya que estando casada con un inglés decide divorciarse (en tiempos en que el divorcio es una instancia inexistente) de éste cuando ve por su ventana a Bolívar, comunicando su decisión a su marido y familia, se enfrenta a todas la sentencias recriminatorias por su actuar y se lanza a luchar por Bolívar, siéndole fiel hasta después de la muerte del llamado bertador. Ya anciana, sufrió el destierro y, estando en la ruina, rechaza la fortuna que le dejara su marido inglés por rendir culto al recuerdo de Bolívar.

Ahora bien, tras indagar y particularizar en las imágenes de “mujer” entregadas por dos textos tan disímiles y complejos en su valoración del papel de lo femenino en la sociedad hispanoamericana, cabría puntualizar ciertos rasgos que conlleven hacia el trazado de un concepto de feminidad/femenino.

Fray Luis de León, a través de su obra La perfecta casada, perfila la condición de la feminidad dentro de parámetros de valoración provenientes de una fuerte hegemonía masculina. Su concepto de lo femenino guarda relación primeramente con la función de la mujer como esposa, estado que debe seguir bajo estrictas normas de conducta que van desde el temor a Dios a la obediencia, servicio-servidumbre al marido.
Para el autor, la mujer o la perfecta casada, debe entregar su vida al sacrificio, dentro de los límites que impone el encierro del hogar y el buen obrar, lo que permite criar buenos hijos y tener un buen marido.

En tanto, Teresa de la Parra, por medio de sus conferencias, entrega un concepto de lo femenino como una permanente lucha por la libertad ante sí misma y una realización personal en la esfera del trabajo, ambas son las formas en que lo femenino podría llegar a subvertir la crisis del encierro y de las estrictas limitaciones con que la tradición de tres siglos de colonia han subyugado a la mujer.

Notas
[1] En el último capítulo de los Proverbios, Dios, por boca de Salomón, rey y profeta suyo, y como debajo de la persona de una mujer, madre del mismo Salomón, cuyas palabras él pone y refiere con hermosas razones, caracteriza acabadamente una virtuosa casada.
[2 Juan Luis Vives. Instrucción de la mujer cristiana. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1940. Este texto, muy leído durante toda la época colonial, se imprimió por primera vez en 1524. En toda su obra recalca su creencia de que lo malo prevalecía sobre lo bueno y que esta situación se debía atribuir principalmente a la falta de una buena educación en la mayoría de las mujeres. Sus sugerencias en materia de educación estaban encaminadas a apartar a las mujeres del mal, a fin de que aprendieran solamente lo que era bueno, honesto y puro. Para alcanzar estos objetivos exigía una total separación de los sexos desde la más corta edad y una completa adoctrinación sobre las principales virtudes de la mujer: la castidad, la modestia y la fuerza de carácter. Vives creía en la superioridad de la virginidad en comparación con la vida matrimonial. La virginidad hacía que las mujeres se asimilaran a la Iglesia y a la Virgen María. El matrimonio era considerado como un contrato social que se concertaba por los padres, de ahí que el matrimonio implicaba un sacrificio para las mujeres y se le describía como un yugo que podría ser ligero siempre y cuando el esposo fuese responsable y bueno. En el caso de que los esposos fueran infieles a sus esposas, éstas debían seguir siendo fieles a ellos puesto que en la opinión de Vives la fidelidad de la esposa santificaba la infidelidad del marido. De esta manera, se aceptaban explícitamente dobles normas de moralidad. Como esposas las mujeres debían permanecer en el hogar, teniendo el menor contacto posible con el mundo exterior. Los quehaceres más importantes de la mujer eran la atención de su hogar y la conservación de su honestidad. El ensayo de Luis Vives, a pesar de su propósito de mejorar la educación intelectual y moral de las mujeres, apoyaba abiertamente su condición social inferior y su subordinación a los hombres.
[3] El que se podría caracterizar por el sacrificio a fuego lento de la vida entera y, el amor trágico lleno de celos al modo español y una necesidad de ensueño que se alimenta con ideales lejanos y espera la llegada de algo incierto en el vaivén de una hamaca. Estos modos de costumbre pervivirán largo tiempo, según la autora. El proceso de emancipación, como ella acota, sólo logrará alterar cosas externas. Así muchos modos de la sociedad colonial seguirán manteniéndose a lo largo de la historia.
[4] Criollas nobles, abundaron mucho en la colonia. Se caracterizaron por ser soñadoras y estar permanentemente encerradas en la casa sin ver más horizonte que el que abarcaba su ventana abierta. Místicas indefinidas sin vocación ni para el convento ni para el matrimonio; ambiciosas o desengañadas por el primer amor se quedaban al margen de la vida. Sembraban cariño y abnegación en la familia, envejeciendo solteras. Más maternales que las propias madres fueron ellas, en gran parte, las viejas tías solteras, creadoras del típico sentimentalismo criollo que quiere siempre con dolor y que se exalta hasta la tragedia en los casos de ausencia, enfermedad o de muerte.

Bibliografía
Teresa de la Parra. Influencias de las mujeres en la formación del alma americana. Caracas: Fundarte, 1991.
Fray Luis de León. La perfecta casada. Santiago de Chile: Ercilla, 1984.
Carolina A. Navarrete González. Doctora (c) por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente colabora en la redacción de la revista Anales de Literatura Chilena de la PUC. Además, cuenta con los grados otorgados por la Pontificia Universidad Católica de Chile de Licenciada en Letras mención Literatura y Lingüística Hispánicas, Licenciada en Ciencias de la Educación y Profesora de Lenguaje y Comunicación. Se desempeña como profesora de literatura en la PUC. Además, en el marco de su tesis doctoral, se encuentra investigando sobre manuscritos y epístolas escritas por mujeres de la Colonia en Chile y en el resto de Latinoamérica. Dentro de sus publicaciones se encuentran una serie de artículos en revistas nacionales e internacionales donde ha enfocado su interés en diversas áreas de la literatura hispanoamericana.

© Carolina A. Navarrete González 2006
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero33/tparrafr.html

Notas sobre Teresa de la Parra


Notas sobre Teresa de la Parra
Valmore Muñoz Arteaga y Piero Arria
Universidad Católica Cecilio Acosta
Centro de Estudios Filosóficos (LUZ)

"...la larga y divagante confidencia de un alma profundamente femenina. Ve, habla, describe y piensa, como nunca podía hacerlo un hombre".
Arturo Uslar Pietri.


No debe caber la menor duda en afirmar que Teresa de la Parra es la figura femenina más importante de las letras venezolanas. Su obra, aunque mínima, más que mínima breve, está reconocida en Latinoamérica como el más claro reflejo de la sociedad venezolano entre los siglos XIX y XX. Ana Teresa Parra Sanojo, hija de Rafael Parra Hernaíz, a la sazón Cónsul de Venezuela en Berlín, y de Isabel Sanojo Ezpelosín de Parra, nace en París en 1889. Año cuando Guzmán Blanco renuncia a la primera magistratura y se funda el Partido Democrático Venezolano. Una Caracas azotada por un pueblo rebelde que derrumbaba las estatuas del Ilustre americano y saquea sus propiedades. El mundo era sacudido por el interés reformista, fundamentalmente en Europa, ya que en España se promulga el Código Civil, en Francia se funda la Segunda Internacional, en Alemania se tejen diferentes huelgas en el rubro minero, además de dictarse una serie de leyes de protección social, en Inglaterra los estibadores entran en huelga, en América latina se proclama la República de Brasil, se realiza la Primera Conferencia de los estados americanos en Washintong, el matrimonio civil se permite en Argentina, entre otros hechos. También es el año de la Edad de Oro de José Martí, de Los elementos de la sociología de Durkheim, también de los nacimientos de Toynbee, Heiddeger, Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Armando Reverón y Tito Salas.

Entre 1891 y 1899 se constituye un lapso totalmente desconocido de la escritora. Años de su traslado a Venezuela, sus primeros años transcurren en la hacienda de caña “Tazón”, que luego recrearía magistralmente en Memorias de Mamá Blanca. Allí muere su padre. En Venezuela nace una nueva Constitución y se inician las confrontaciones con Colombia por los límites entre ambos países, confrontación que terminará perdiendo Venezuela. Después de la muerte de su padre, su madre y sus hermanos se ven obligados a trasladarse a España y acontecen sus años en el internado en el Colegio de religiosas “Sagrado Corazón”, en Godella, Valencia, España. Sus experiencias en el internado se abren al conocimiento a través de sus novelas, liadas con la invención literaria. El internado tenía un Boletín de inclinaciones literarias, religiosas y filosóficas, allí publica la joven Teresa sus primeros trabajos, propiamente versos dedicados a la Beatificación de la Venerable Madre María Sofía Barat, con los cuales obtuvo el primer premio escolar. En el país a la postre, Castro se encuentra gravemente enfermo y le encarga la presidencia a su compadre Juan Vicente Gómez.

En 1909 Teresa regresa a Caracas. Se consuma el primer contacto con la Capital colonial que desnudará en su prosa y en su fastidio. Ya Gómez, con el apoyo de los Estados Unidos, asume definitivamente la Presidencia de la República. Muchos intelectuales y científicos apoyan al régimen instaurado, entre los más entusiastas paradójicamente se encuentran Rufino Blanco Fombona, Rómulo Gallegos y José Rafael Pocaterra. El mismo año Lenín publica Materialismo y empirocriticismo y Marinetti su Manifiesto futurista. 1915 es el año cuando publica sus primeros cuentos en el diario El Universal y en algunas revistas de París bajo el seudónimo de Frufrú. Los cuentos son Un evangelio indio: Buda y la leprosa y Flor de loto: una leyenda japonesa. Por esas fechas son reconocidos también sus primeros cuentos fantásticos: El ermitaño del reloj, El genio del pesacartas y La historia de la señorita grano de polvo, bailarina del sol. Eran tiempos en que en nuestras letras se iniciaba una búsqueda de nuevos derroteros para la literatura. “La relación misma con el modernismo parece orientada por esta necesidad de otra escritura que supere las formas del costumbrismo, del criollismo, del realismo romántico o del naturalismo, corrientes en vías de agotamiento para el momento en que Teresa de la Parra escribe sus textos”1. En estos cuentos se divisa la gran cultura de Teresa de la Parra, cuentos que siguen la tradición hoffmanniana, el humorismo de Lewis Carroll, y de la presencia de una contemporánea Colette.

En 1920, ya con algún reconocimiento crítico, publica en la revista Actualidades, dirigida por el maestro Rómulo Gallegos, su Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente, combinado de las cartas que le enviara su hermana María quien realmente realizó el viaje. Se funda el partido comunista en EEUU y Francia. Dos años después obtiene el Premio Extraordinario en el Concurso, el Cuento Nacional de El Luchador de Ciudad Bolívar, con su cuento Mamá X que luego integraría su Diario de una señorita que se fastidia. Diario que luego le publicaría Pocaterra en su revista Lectura Semanal. Revienta el primer pozo petrolero en el Zulia, a partir de ahora nada será igual.

Vuelve a viajar a París en 1923 donde traba amistad con intelectuales venezolanos como Simón Barceló, Ventura García Calderón y Gonzalo Zaldumbide, entre otros. Mientras en Venezuela era asesinado en Miraflores Juancho Gómez y la British Equatorial comienza la perforación del primer pozo en el Lago de Maracaibo. 1924 es el año cuando muere en Puerto Rico Cipriano Castro y, Juan Vicente Gómez, expulsa del país al eminente doctor Luis Razetti. Gómez inicia su política de concesiones petroleras al concederle a la Satandart Oil este privilegio. Es el mismo año cuando muere en Caracas la mejor amiga de Teresa de la Parra, Emilia Ibarra de Barrios Parejo, sufriendo un profundo dolor y gran decepción. Este hecho profundiza la mundanalidad de la escritora, quien ahora ni escribe ni lee ni una sola palabra. La literatura venezolana da un paso importante en su desarrollo con la aparición de Áspero de Antonio Arráiz, libro que abre las puertas de la vanguardia literaria.

A este le siguieron textos como La inquietud sonora de Héctor Cuenca y Los cuentos frívolos de Blas Millán. También nace la revista Biliken de Lucas Manzano. Entre 1924 y 1926 aparecen algunas traducciones de su obra en París. En este último año inicia su novela Las memorias de Mamá Blanca que supone su obra de madurez.

En 1927 Teresa de la Parra viaja a Cuba como invitada al Congreso de la Prensa Latina, en La Habana, allí dicta una conferencia sobre Bolívar. Seguramente fue testigo de las primeras manifestaciones populares contra Machado en Cuba. A su vez EEUU inicia su intervención en Nicaragua y México.

Mientras en Venezuela continuaba la renovación de la literatura aparecen La tienda de muñecos de Julio Garmendia, La locura del otro de Luis Enrique Mármol, aparecen también Las memorias de un venezolano de la decadencia de José Rafael Pocaterra. En Febrero de 1928, Venezuela es testigo de la primera manifestación de resistencia civil contra el gomecismo, y que para muchos inició el ciclo de debilitamiento del régimen. Una manifestación de estudiantes de la Universidad Central de Venezuela abre las compuertas a distintas acciones contra la dictadura, de igual forma marca la instauración de la vanguardia en la cultura nacional. En abril del mismo año, Teresa de la Parra parte nuevamente a Europa: España, Suiza, Alemania, y finalmente Francia en donde revisará la traducción y revisión de las Memorias de Mamá Blanca. Inicia su actividad epistolar y su encierro en el cual dedicará largas horas a la lectura y a la reflexión. En Italia comienza el procesamiento a Gramsci y a otros líderes comunistas, mientras en España cobraba vida el Opus Dei.

Teresa de la Parra seguramente padeció los embates del viernes negro en EEUU, que desató un golpe bursátil de grandes repercusiones mundiales. Sin embargo, ella viaja por Italia en compañía de la escritora cubana Lyddia Cabrera, autora de los Cuentos negros, publicados siete años después y que estarían dedicados totalmente a la venezolana. En 1930 regresa a Cuba y Hitler comienza a tejer su camino al poder en Alemania. Viaja a Bogotá donde es recibida con altas distinciones por parte de la prensa y la crítica bogotana. Dictará las conferencias: La importancia de la mujer americana durante la Colonia, la Conquista y la Independencia, que luego aparecieron publicadas y prologadas por Arturo Uslar Pietri. Ese año nace en Perú el APRA mientras en Venezuela, Gómez cancelaba la deuda externa y se crea la C.A. Nacional Teléfonos de Venezuela.

En Teresa de la Parra se gesta la iniciativa de escribir una biografía sentimental de Simón Bolívar. Surge una relación espiritual entre ella y el Libertador de profunda huella en su alma sensible. En 1931 regresa a Europa en donde se inician los síntomas de su enfermedad.

Es confirmada una complicación pulmonar bastante seria, situación que la lleva a una búsqueda de perfección espiritual, y a través de lecturas budistas y orientales orienta su intimismo reflexivo. De estos años se recogen sus cartas más dolorosas. En Venezuela se firma el Plan de Barranquilla donde se fomentan las bases de lo que mucho tiempo después será Acción Democrática.

En 1934 es atacada brutalmente por una bronquitis asmática. Al año siguiente regresará a París y se dedicará a escribir únicamente su diario. Muere Juan Vicente Gómez. Teresa de la Parra da fin a su peregrinación buscando solucionar su problema físico en 1936. Meses después morirá en Madrid en compañía de su madre, su hermana María y de su amiga Lidia Cabrera. Once años tuvieron que pasar para que regresara a Venezuela y reposar en el panteón de la familia Parra Sanojo.

Si en las obras de Rómulo Gallegos y José Rafael Pocaterra pueden recorrerse los laberintos que conforman el alma del hombre venezolano, en el discurso de Teresa de la Parra se pueden encontrar las huellas que desenmascaran el silencio angustioso de la mujer venezolana de las primeras décadas del siglo XX. Parra busca dentro de la intimidad femenina de su momento histórico su posición dentro de la sociedad y la sensibilidad de esta en un ambiente contrario a los valores del corazón. Escribe Díaz Seijas, “Su novela-confesión Ifigenia inaugura en la novelística venezolana lo que Proust sostenía en Europa como preciada conquista de la novela del siglo XIX: el símbolo extraído del Yo”. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que con Teresa de la Parra surge una forma de narración intimista, de la cual se desprende por primera vez en el país el alma de la mujer venezolana, de la mujer criolla que se ocultaba tras las figuras masculinas pintadas desde las plumas de Díaz Rodríguez, Gallegos, Blanco Fombona y Pocaterra.

El discurso confidencial de Teresa de la Parra se consideró un suceso en la literatura nacional entre 1919 y 1929.

Entre el «Tío Pancho», tipo escéptico gentilhombre de su novela Ifigenia, representante de una sociedad y una tradición ya vencida, y el de Las memorias de Mamá Blanca, híspido, estoico y pintoresco producto del analfabetismo rural, Teresa de la Parra ha sabido pintar con arte goloso de color y expresión, la más variada gama de personajes venezolanos.2
Fernando Paz Castillo agrega:
Intimidad con el ambiente, intimidad con los personajes e intimidad, y esto es lo más importante, con las palabras, pequeñas, recogidas, como los diminutivos que usan las madres y los niños. Lenguaje sencillo, pero poético que recuerda, en muchas ocasiones, los cuentos de las abuelas, en esta tierra venezolana, donde solemos reemplazar las hadas, dulce poesía abstracta del Norte, con hechos trágicos de la vida cuotidiana, o bien con supersticiones -de un carácter realista- de épocas pasadas.3

Paz Castillo ubica a Teresa de la Parra dentro de la literatura realista, ya que en sus páginas se penetra en el mundo de los personajes con cierta objetividad, necesario para que el novelista pueda en un espacio imaginario dar vida a seres de carne y hueso. Aún así, Teresa de la Parra utiliza como recurso expresivo elementos propios del romanticismo, ejemplo de ello es la ensoñación o evocación, así que la escritora puede formar parte de esa gama de escritores que buscan una identidad dentro de la literatura, y que en esa búsqueda constante se pasea por varios estilos y propuestas literarias; sin embargo, tenemos que decir que si Parra frecuenta de alguna manera el romanticismo, allí pueden hallarse propuestas sociales muy concretas que se explican a través de un compromiso social, en el caso de Teresa de la Parra muy individualista, pero que sin duda desencadenó una nueva actitud de la mujer frente a la sociedad, particularmente frente al hombre. Sobre esto iremos más tarde.

Desde la aristocracia discursiva, así podemos definir la escritura de Teresa de la Parra, elabora una radiografía de la decadencia de una sociedad que se sostenía sobre bases definidas en función de los intereses del hombre. Parra intenta exorcizar a la literatura venezolana de esa mujer heroína diseñadas por los novelistas, e intenta con éxito lubricar su mundo interior con la realidad de la mujer criolla; es decir, aquella mujer que se debatía entre lo frívolo y lo trascendente; una mujer capaz de describir con exquisitez en páginas un vestido de moda al mismo tiempo que fragua desde la ironía la destrucción del conformismo social planteada en las normas de buena conducta. De la pluma de Teresa de la Parra nacerá toda una propuesta de literatura femenina desconectada de las viejas posturas exóticas y sensibleras del pasado.

En la obra de Teresa de la Parra encontraremos menores señales de posiciones filosóficas, económicas y políticas como seguramente se pueden encontrar en contemporáneos suyos. Quizás su interés descansó siempre en darle voz al silencio; es decir, servir de interlocutora entre el alma femenina y el mundo que la rodeaba, no estamos seguros si asumido concientemente, pero en desagravio de ello, su voz individual sirvió de puente para otras voces que despertarían luego*.

La corriente filosófica que predominará durante el ciclo vital de Teresa de la Parra es el positivismo. El positivismo va a abrir las puertas a un distanciamiento con el romanticismo y favorece al costumbrismo como alternativa para una más profunda acción creativa, además de brindar al escritor una mejor y más favorable posición frente a la posibilidad de describir la realidad:

Todo esto se dará en una literatura realista que la crítica insistirá en llamar naturalista, cuando a nuestro juicio se tratará tan sólo de la transformación de una expresión romántica no nacional en una expresión romántica ambientada en un medio nacional, lo que permite la convivencia de romanticismo y realismo.4

Probablemente esto dé respuesta a la afirmación que hace Fernando Paz Castillo. Ahora bien, este choque de concepciones literarias seguramente se encuentra prendado al ansia de modernidad de la autora. En sus primeras obras, Teresa de la Parra deja fluir profundos contrastes entre lo foráneo y lo local, una imaginación romántica plena de figuraciones románticas frente a la crudeza del realismo. “La cultural oriental y su saber místico, sagrado, frente a la cultura monoteísta, cristiana, occidental, presente en nuestro criollismo”5.

Posición que queda en evidencia con la lectura de sus primeros cuentos entre ellos: Un evangelio indio (Buda y la leprosa), Flor de loto: una leyenda japonesa, Historia de la señorita grano de polvo bailarina del sol y El genio del pesacartas. En estos cuentos, Teresa de la Parra, explora el alma humana a través de un diálogo comprometido con una nueva sensibilidad frecuentada ya por Martí, Darío y los modernistas latinoamericanos, una sensibilidad que desnuda por medio de lo grotesco, el hastío, la trivialidad, el absurdo, la naturaleza humana.

Volviendo al punto acerca del positivismo y la escritura de Teresa de la Parra, podríamos decir que la autora experimenta una doble actitud frente al hecho literario y a su concepción del mundo y el hombre. Decimos doble vertiente, ya que si en su discurso deplora y arremete contra el positivismo representado en una sociedad vacía y sin mundo interior, las herramientas que utiliza para esta empresa están comprometidas con la corriente en cuestión. Los detalles descriptivos y enumeración de lugares y ciudades, la objetividad periodística con que muestra actitudes, personas, incidentes y accidentes geográficos, generan un efecto de realidad en la cual ella no se incluye6. Para Teresa de la Parra el mundo, más allá de ser traducido a través del pensamiento, debía serlo a través de la contemplación. Por ello excluye la posibilidad de más lenguajes dogmáticos a los establecidos. “Su mirada de novelista opone a la intencionalidad intelectual, la emocional, la que capta valores, aunque no por ello deja de ser una mirada impersonal”7:

Evelyn exhalaba a todas horas orden, simetría, don de mando, y un tímido olor a aceite de coco. Sus pasos iban siempre escoltados o precedidos por unos suaves chss, chss, chss, que proclamaban en todos lados su amor al almidón y su espíritu positivista adherido continuamente a la realidad como la ostra está adherida a la concha.8

Su discurso se une, aunque más tímidamente, al de los importantes críticos del gomecismo y la concepción humana del mismo. Escribe Teresa de la Parra y apunta desde la palabra su posición frente al gomecismo representado por el posisitvismo:
…bajo la presión de la mano de Evalyn, mi cuerpo caminaba sin hacer resistencia. Pero mi alma independiente, mi alma intangible, a quien Evelyn no podía agarrar por un brazo, ¡resistía!9

Evelyn, criada en la casa de Blanca Nieves (Memorias de Mamá Blanca) representa, según propio juicio de la autora, al positivismo, ya lo habíamos apuntado antes; sin embargo, insiste en ligarla con la corriente justificadora de la dictadura:

Y destruía, importuna e infame, multitud de jardines, castillos y princesas ideales. Pero Evelyn no tenía la más remota noticia de su obra destructora. Las doradas puertad de la vida interior, para sus ojos avizores, estaban cerradas a piedra y lodo. Sus brazos vandálicos y vencedores, siempre en lucha feliz con la realidad, no abrazaron jamás los amables fantasmas que nos contagian el ensueño, de duda y de neurastenia.10

Teresa de la Parra ataca al positivismo en vista de que éste cercena lo más noble del alma humana, su capacidad de soñar, de recrear el mundo desde la fantasía; es decir, oponerse a la sensibilidad que sólo es posible a través del ensueño. A su vez, quedan expuestos cuáles son los elementos que la alejan sustancialmente del positivismo y cuál es el camino por el cual desea transitar.

Elisa Lerner divide en dos la posición discursiva de Teresa de la Parra:
Pero la historia de la joven caraqueña que luego de una larga estadía de estudios en Europa regresa a su terruño, no es accidente en el camino para que, también, podamos leer dentro de las páginas encantadoras de esa primera novela que han leído Arturo Uslar Pietri y otros ilustres intelectuales, otra segunda novela de atroz melancolía, situada al fondo de los imaginativos ardides o ingeniosos escondites narrativos que usa la escritora para testimoniar y denunciar en torno a la sociedad venezolana bajo las garras del gomecismo. Más que un gobierno, el gomecismo algo así como un animal enorme, colosal que se alimentó, largamente del demudado silencio de los otros.11

Más adelante agrega:
Sin ahorrar detalles que son gemas donde brilla el fervor por la vida, el salón con el sofá de damasco para las visitas de postín o ese otro saloncito estratégico donde la joven Alonso se entera, oculta detrás de la prudente maleza de una cortina, que algún autoritario y mal intencionado familiar quiere disponer de su destino como si ella fuera carne matrimonial de ocasión. Y esa escritura nada difuminada, pero donde el país se percibe como una intriga lejana, enigmática y el gomecismo es la esperanza de una primera modernidad para compatriotas que, sin mirar a quien, descubren en las proximidades del poder facilidades, negocios de la riqueza petrolera.12

En las interioridades de Ifigenia, entre la moda parisiense y el lápiz labial, entre las vicisitudes de una muchacha bien, se mueve la novela política, la palabra que surge para emitir su juicio al régimen que debe vivir. Una novela política sigilosa, es cierto, pero muy crítica e irónica. La ironía en Teresa de la Parra es una visión que nace desde sus médulas y que la adscribe dentro del proceso de la cultura moderna13. Una crítica elevada desde la voz de la joven Alonso que se niega a abandonar a su vez su pletórico guardarropa. El discurso político de Teresa de la Parra, al menos en su narrativa, es sumamente ambiguo. Podríamos asumirlo desde un punto de vista estético o también de precaución; en todo caso, esconde su diatriba al gomecismo en una flemática historia de amor:

Desahogo verbal, también, de una muchacha ilustrada, simulacro narrativo que encubre con bastante gracia la verdadera trama de fondo, el sarcasmo final de unos seres desencantados de sí mismos y sin atreverse a decir que, asimismo, desencantados del país porque sería echar por la borda muchos intereses en juego. En todo caso novela rosa algo compleja con una protagonista que, en demasiadas páginas, clama por la sed de libertad y una vocación primorosa para su inteligencia.14

En Ifigenia, la maniobra de un sarcasmo a medias, posterior a la primera rebeldía inteligente de una muchacha frente a un medio de enormes soslayamientos, no alude, tarea imposible, a la enorme monumentalidad silenciadora del gomecismo, sí a los que obtienen prebendas del régimen. La novelista para nada hace mención de la violencia de las cárceles gomecistas. Esa será la misión de otros escritores. Teresa de la Parra muestra, al principio, la indignación de la heroína frente al despojamiento que el tío Eduardo Aguirre ha hecho de su fortuna. Pero en cuanto a violencias sólo dibuja las muy interiores de la tía Clara o de Mercedes Galindo y las de casero padecimiento de la protagonista.

Hemos dicho que en Teresa de la Parra habitan dos convicciones filosóficas en las cuales se debate; una que se expresa en su estilo literario, y otra en su visión del mundo, el hombre y la sociedad. Teresa de la Parra parece mantenerse ajena al positivismo, a pesar de tener una fuerte devoción por todo cuanto le llega de Francia y su cultura. Un aspecto que podría tomarse como una interpretación de su posición frente al positivismo es su sueño de escribir una biografía sobre Simón Bolívar, pero esto se queda expuesto en su afán biográfico, sino desde el punto que quiere asumir como eje de la historia. La idea de la Escritora es hacer algo fácil y ameno “en el estilo de la colección de vidas célebres noveladas que se publican en Francia”. “La palabra novelada -advierte- es, naturalmente, muy relativa; yo creo que una biografía de Bolívar es, de por sí, sin salirse de la verdad histórica, mejor novela que cualquiera otra cosa que quisiera hacerse”. Y para precisar más su concepto añade: “Quisiera ocuparme más del amante que del héroe, pero sin prescindir enteramente de la vida heroica tan mezclada a la amorosa”.15

En la frustrada biografía no aparecerá ese Bolívar guerrero y estadista al que se traía a la dinámica social a través del laude hiperbólico, era un Bolívar apasionado cuyas únicas tareas heroicas era hacer feliz a Teresa Toro, a la bella Fanny de París y a la indomable Manuela Sáenz.

La misión del artista es descubrir estas coincidencias y darles vida perenne. No existiría entonces entre ella y el Héroe ninguna frontera porque toda frontera desaparece ante el conjuro del arte. Esto era Bolívar para Teresa: substancia de arte, o lo que es lo mismo, substancia de amor. El amor es el dínamo de la Historia, la fuerza que impulsa a los hombres y a las mujeres hacia su destino. ¿Qué importa que unos lo realicen de un modo y otros de otro? Lo que diferencia a los humanos y crea sus categorías es que mientras unos cumplen por el amor una simple función reproductiva otros lo elevan a un plano estético en el que encuentra sus dimensiones exactas la imagen del Héroe.16

Esta historia sería contada desde el corazón dejando a un lado el frío dato histórico, vacío de una sensibilidad que realza Teresa de la Parra, justamente por ser mujer, era la hora de la reivindicación. La mujer, en las profundidades de la pluma de la autora, estaba llamada a sensibilizar la naturaleza humana.

Esta búsqueda de la sensibilidad será rescatada desde la poética por Gastón Bachelard17. Bolívar es visto a través de la mujer, quien lo feminiza; es decir, lo transforma en un ser movido por la sensibilidad, y al sensibilizador, le abre un camino cósmico hacia su propia esencia, hacia él mismo quien se reconoce en el otro. Allí abre su paso la mujer en la historia del país, y por ende, en las páginas de Teresa de la Parra.

La obra de Teresa de la Parra queda aún por ser descubierta, no sólo por ser la precursora de meros artilugios literarios que únicamente son valiosos dentro de las artes y las letras nacional, más allá de eso, es la precursora de la mujer que debe asistir comprometidamente al siglo XX que espera de ella, de la mujer, una participación distinta y protagónica. Así se ha hecho.

Notas:
[1] Bohórquez, Douglas: Teresa de la Parra. Del diálogo de géneros y la melancolía Monte Ávila Editores. 1 era edición. Caracas. 1997.
[2] Picón Salas, Mariano (1984) Formación y proceso de la literatura venezolana. Caracas: Monte Ávila Editores. Pag 166-167.
[3] Paz Castillo, Fernando (1992) Reflexiones del atardecer 3. Caracas: Ediciones de La Casa de Bello. Pag 213.
[*] Este feminismo en Teresa de la Parra cambiará de una posición meramente estética a una posición filosófica y sociológica de trascendencia como lo demostrará en sus años de maduez.
[4] Di Prisco, Rafael (1969) Acerca de los orígenes de la novela venezolana. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Pag 44.
[5] Bohórquez, Douglas (1997) Teresa de la Parra. Del diálogo de géneros y la melancolía. Caracas: Monte Ávila Editores. Pag 14.
[6] Idem. Pag 20.
[7] Fombona, Julieta (1982) Teresa de la Parra: Las voces de la palabra. Prólogo a Teresa de la Parra: Obras (Narrativa-Ensayos-Cartas) Caracas: Biblioteca Ayacucho. Pag XX.
[8] Parra, Teresa de la (1994) Las memorias de Mamá Blanca. Caracas: Monte Ávila Editores. Pag 18.
[9] Idem. Pag 37.
[10] Idem. Pag 45.
[11] Lerner, Elisa: La desazón política de Teresa de la Parra. Papel literario. El Nacional. 23 de mayo de 1999.
[12] Idem.
[13] “La visión irónica es la visión nacida en las entrañas mismas de la cultura moderna. Superando ceguera del discurrir cotidiano que afirma las presuposiciones de lo real y de la verdad como los horizontes plenos de existir, la visión irónica pone en evidencia inesperados pliegues y vertientes donde no es la certeza sino la incertidumbre y la incongruencia, no el reconocimiento sino el sinsentido lo que quiere brotar como lo indominable y el vértigo que siempre, por más que lo ignoremos, nos acosan (…) El pensar irónico, que se fundamenta en la diferencia, supondrá de este modo no sólo una crítica a lo real sino también una crítica al lenguaje: el cuestionamiento de sus procesos de identificación y el hallazgo, en el lenguaje mismo, de vertientes de diferenciación desde donde es posible nombrar la dualidad y la escisión del ser y el mundo” Bravo, Víctor (1997) Figuraciones del poder y la ironía. Caracas: Monte Ávila Editores. Pags 9 - 14.
[14] Lerner, Elisa. Ob cit.
[15] Parra, Teresa de la. (1982) Obras (Narrativa, ensayos, cartas) Caracas: Biblioteca Ayacucho. Pag 550.
[16] Díaz Sánchez, Ramón (1954) La etapa bolivariana de Teresa de la Parra (de la escritora al historiador). Revista Nacional de Cultura #100.
[17] “La mujer es el ideal de la naturaleza humana y el ideal que el hombre plantea ante sí mismo como el Otro esencial, y lo feminiza porque la mujer es la figura sensible de la alteridad; por eso casi todas las alegorías, en el lenguaje como en la iconografía, son mujeres.(…) Y los nombres de las grandes cosas como la noche y el día, como el sueño y la muerte, como el cielo y la tierra, sólo cobran sentido designándose como parejas. Una pareja domina a otra, una pareja engendra otra” Bachelard, Gastón (2000) Poética de la ensoñación. México: Fondo de Cultura Económica. Pag 58.

© 2002
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero/.html